JOHN FANTE vs ARTURO BANDINI

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Que las calles son mezquinas ya lo sabíamos todos. Hasta qué punto, bueno para saber hasta qué punto habría que oír a Lana del Rey o a Johnny Cash rodeado de mugre en una habitación, oliendo a sudor y a sueños que ya no significan nada. Desde luego las calles ya no podrán volver a ser las mismas después de leer Pregúntaselo al polvo de John Fante. El narrador es Arturo Bandini, su álter ego, pero vete a saber quién es más autor. Hoy he terminado de leerlo y estoy asqueada, emocionada, dolida. Estoy impresionada y triste a un tiempo. Unas veces he querido tirarlo. Otras he dejado de leer o lo he hecho muy deprisa, como con vergüenza por haberme sentido así mil veces, como una mierda, quiero decir. Es una novela que hace daño. Hay que odiarse mucho para escribir así. Y también hay que tener absoluta confianza en lo que haces. Bukowski, a quien leí con 21 años, no me impresionó, no ha llegado a Fante ni a la altura del betún. O a Bandini. O a ambos. Pero le ha dado el lugar que se merece. Gracias Bukowski. Y dicho esto, me he dado cuenta de que cuando termino un libro increíble me dan unas ganas tremendas de escribir auténtica porquería pero aquí seguimos porque eso es lo que somos ¿no? una mota de polvo en un terremoto. El amor es algo ingenuo y cruel que nos ensalza o nos destruye. La historia de tantas personas, te quiero pero no debo, tú quieres a otro que te desprecia y en esa rueda nos agarramos a las ruinas que te hacen seguir vivo.

Desde el punto de vista literario es aún más impresionante. Una prosa cruda y viva (que Carver me perdone o, mejor, su editor) digna del mejor realismo sucio, muy, muy posterior. El juego entre Fante y Bandini es un paralelismo entre Camila y Arturo. Amor-odio. El que no haya vivido no sabrá a qué me refiero. Múltiples lecturas se solapan ante el éxtasis literario que acabo de experimentar. La historia americana de preguerra (las vidas anodinas o la pobreza), el conocimiento de uno mismo al desbrozar el escritor del personaje y el oficio de escribir desde las entrañas. La VIDA.

P.D. Gracias MAS por decirme que tenía que leerlo. Espero que no sea demasiado tarde, quizá debería haberlo leído antes que Catedral. ¡Por Dios, que Carver me perdone!

UNA CUESTIÓN DE FE

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Por qué no dejas de escribir si ya no eres tan joven, llena de talento a reventar. Y tú dices, ¿por qué no te mueres? Ya no eres tan joven y eres un bruto. No lo dejo porque es algo que sientes que tienes que hacer, una promesa. No lo hago para vivir ni para vivir otras vidas ni llegar a otros mundos y mucho menos crearlos. No es algo que uno quiera hacer. Es un placebo que empezó por ser una tortura. Las palabras salían a trompicones y eran dolorosas y tristes, como las primeras críticas que no soportas. Es más bien como llenar un vacío que se extiende, es explicarse a uno mismo una y otra vez, es querer entender el mundo. Uno no escribe para sí, necesita lectores pero ellos no importan si escribes para escribir. Te importan tus personajes y sufres sus sufrimientos. Escribir para ser escritor es otra cosa. Es marketing. Es patético. Yo hablo de dar voz a lo que no sabes muy bien cómo expresar a través de trozos de personas que nunca conocerás, amantes que jamás tocarás. Es describir lo que ves tal y como no sabes que lo ves. Es observar la realidad desde lo que nunca será real. Unas veces sale y otras no. Y vas mejorando. Y dejas de repetir conjunciones. Y dejas de hacer anáforas. Y dejas de meter adverbios acabados en -mente y gerundios por todas partes. Y vas creando tus palabras como si fueran tuyas, como si no las hubieras heredado. Te crees que tienes talento. Te crees invencible ahora que no necesitas esperar que un editor confíe en ti, ahora que tienes dinero, pobre diabla, ahora que tienes algo de dinero lo vas a invertir en ver un libro publicado que tendrán cuatro amigos que puede que ni lo lean y eso será todo. Y a veces creen que soy fotógrafa, pero no. Soy poeta aunque no componga un solo soneto. La mayoría de las veces escribir es como tocar el piano sin piano ni público. Alguna vez pensé que era mejor no arriesgarse. Precisamente ahora que no soy tan joven sé que no hay mucho más que la confianza que tengas en tí mismo. Y algo de fe.  Seguid ahí y veréis.

 

 

FREUD: «EL TEMA DE LA ELECCIÓN DE COFRECILLO»*

freudFreud, en este artículo, parte de dos escenas; una en El mercader de Venecia  y otra en El rey Lear, cuyo punto de unión reside en que los pretendientes de ambas obras escogen entre tres cofrecillos: uno de oro, otro de plata y el último de bronce. El verdadero enamorado escoge el de metal menos noble. Shakespeare tomó esta prueba de la Gesta Romanorum pero invertida, ya que en este caso era una muchacha la que debía elegir entre tres pretendientes. A Freud le interesa el componente humano, de ahí que utilice el psicoanálisis como método de interpretación por lo que, si se tratara de un sueño, los cofrecillos son símbolos de la parte esencial de la mujer, lo mismo que las cajas o los cestos.

En El rey Lear, Shakespeare nos muestra a un anciano que decide repartir en vida su reino entre sus tres hijas proporcionalmente al amor que digan profesarle. La tercera, llamada Cordelia, la que más le ama, enmudece, por lo que queda desposeída errando el rey en sus juicios al rechazar a su hija menor. Vemos esta misma situación en otras escenas de mitos y fábulas de la literatura. Freud se centra en los casos de Cordelia, Afrodita, la Cenicienta y Psiquis. Estas mujeres se nos presentan como hermanas de las que la tercera es siempre la más excelente, pero, ¿por qué? ¿Quiénes son estas tres hermanas? Preguntas claves que le llevan al fundador del psicoanálisis a plantearse cuáles son las similitudes entre ellas. Descubre que todas son bellas y silenciosas, lo que simboliza perfectamente el tercer metal, el plomo. El autor equipara la ocultación al silencio y lo investiga en los cuentos de los hermanos Grimm Los doce hermanos y Seis cisnes y utiliza para ello el hecho de que el silencio en los sueños es una interpretación de la muerte, al igual que la palidez extrema o la imposibilidad de encontrar a alguien. La conclusión a la que llega el autor, tras haber hecho el análisis de estos cuentos populares, es el siguiente: las tres mujeres son las hermanas del Destino, las Moiras, siendo la tercera, Atropos, la “implacable”.

Hasta ahora, Freud ha plasmado el tema de la elección de cofrecillo al plantear las preguntas clave para pasar, en la segunda parte del artículo, a realizar la trayectoria del mito y los motivos de su transformación al trazar la historia de la Moira desde Homero, que hablaba de una única Moira. Probablemente se llegaría al número de tres por asimilación de otras figuras como las Horas. Éstas fueron, en origen, las divinidades de las aguas celestes y también de las nubes. Ya que las nubes eran consideradas como un tejido se atribuyó a estas diosas la condición de hilanderas, que luego pasó a las Moiras. En cualquier caso, la relación de las Horas con el tiempo se conservó siempre intacta, por lo que se convirtieron en las guardianas de la ley natural. Y, ¿qué ley natural puede ser más inmutable que la propia muerte? Esta es la razón por la que las Horas llegaron a  ser las diosas del Destino. Y si las Horas mantienen esa ley en la Naturaleza, las Moiras, por su parte, se convierten en vigilantes implacables de la vida humana.

Así pues, y según esta interpretación freudiana, la tercera de las tres hermanas debería corresponder a la muerte misma. Sin embargo, no parece probable que nadie en su sano juicio aceptara la muerte en una hipotética elección. La explicación que nos proporciona Freud nos lleva al terreno del sueño y la fantasía. Por un lado, un mismo elemento expresa en los sueños una cosa y su contraria por lo que la tercera hija -en el caso de El rey Lear- y el tercer cofre son ambivalentes. Por otra parte, sabemos, gracias al psicoanálisis, que el ser humano utiliza la fantasía para satisfacer sus deseos incumplidos. Esa fantasía se rebela frente a la muerte de una forma simbólica sustituyendo la diosa de la Muerte por la diosa del Amor o la más bella de las mujeres. Se produce, por tanto, una nueva ambivalencia que explicaría que las grandes divinidades maternales de los pueblos orientales fueran tanto genetrices como destructoras. Así, el hombre supera la muerte, admitida ya en su pensamiento. Todo esto entronca en la tercera parte del artículo –en la que Freud analiza el empleo del tema por el poeta- con las relaciones que existen entre hombre y mujer, siempre bajo la perspectiva del hombre: la madre, la compañera y la destructora, la  muerte. Estas relaciones aparecen plasmadas en El rey Lear, lo que explica el poderoso efecto de la obra de William Shakespeare, que habría conseguido crear una profunda impresión en el lector al mostrarnos a un Lear moribundo, que acepta su destino al traer en brazos el cadáver de su hija menor, Cordelia. Cordelia es la muerte, representante simbólico de la naturaleza, cuya sabiduría aconseja al anciano que renuncie al amor, a oír que le aman y que elija la muerte como compañera natural a su edad. Lear buscaba en vano el amor de la mujer como lo obtuvo de su madre, pero a esas alturas de su vida sólo la diosa Muerte le tomará en sus brazos. Vista con la perspectiva de la juventud, esta afirmación parece una obviedad que el viejo Lear debería haber tenido en cuenta. Pero, si estamos de acuerdo con Gilbert Durand, que básicamente nos habla del terror que padece el hombre al paso del tiempo, podremos comprender mejor el pánico que siente el anciano monarca ante lo irreversible y, sobre todo, ante lo inevitable.

*Dentro de Psicoanálisis aplicado, miscelánea dedicada fundamentalmente al tema de la literatura en relación con el psicoanálisis, encontramos «El tema de la elección de cofrecillo» (1913)

W.H. AUDEN: EL POETA Y LA CIUDAD

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  El tema principal de The poet & the City , uno de los tres ensayos que conforman The Dyer’s Hand (1963) es la vocación de ser poeta y las dificultades que atraviesa la vocación artística en la época contemporánea a Auden. Éste señala el nacimiento de esa vocación y los obstáculos –mayores que en el pasado- que debe superar el escritor. He considerado presentar el desarrollo de este planteamiento en cuatro apartados:

  1. Quiero ser escritor. ¿Por qué? Porque el artista es responsable de lo que hace. Se dedica a actividades “gratuitas”, “puro arte”. En nuestra sociedad estamos dominados por los valores aplicados al trabajo y lo gratuito no se tiene en cuenta (hecho que debe ser aceptado por el artista). Este tipo de personas sin talento y que pretenden ser escritores es posible que sientan nostalgia del estatus social que en el pasado poseían los poetas.
  2. Educación. Para Auden un poeta en potencia debe educarse a sí mismo, ya que la universidad sólo contribuye a ello por casualidad.  La ciudad se presenta como un riesgo para el artista inmaduro que necesita considerar de qué va a vivir. Su curriculum incluye conocimientos en todo tipo de áreas de conocimiento para profesionalizar su gusto y no ser banal. Pero el autodidactismo tiene una serie de desventajas:

a)    Incertidumbre en el gusto.

b)    Excentricidad.

c)    Egoísmo.

3. Dificultades actuales para la vocación artística.

  • Pérdida de la creencia en la eternidad del universo físico. El poeta actual está más tentado que sus predecesores a abandonar la búsqueda de la perfección como una pérdida de tiempo; se contenta con bosquejos e improvisaciones en la era del “usar y tirar”.
  • Pérdida de la creencia en el significado y la realidad de los fenómenos sensoriales. La ciencia moderna ha destruido nuestra fe en la ingenua observación de nuestros sentidos. Nos dice que no podemos saber cómo es el universo físico “real”; sólo podemos aprehender cualquier noción subjetiva apropiada a un propósito humano particular. Esto destruye la concepción del arte como “mímesis”. Ya no hay una naturaleza “fuera” que se pueda imitar. Todo lo que puede hacer el poeta es ser sincero a sus sensaciones objetivas y a sus sentimientos.
  • Pérdida de creencia en una norma de la naturaleza humana que siempre requiere el mismo tipo de mundo construido por el hombre para sentirse seguro. La tecnología ha cambiado el modo de vida y el concepto de “tradición”, que ahora es una conciencia de todo el pasado, así como del presente (ya no se entiende como una generación que trabaja para la siguiente). También es distinto el concepto de “originalidad”; ya no significa una modificación del estilo de los predecesores sino una capacidad para encontrar la propia voz.
  • Desaparición del Public Realm como la esfera de hechos personales reveladores. Las artes y, la literatura en particular, han perdido al hombre de acción, al creador de hechos públicos, que ahora es el científico. Los medios de comunicación no ofrecen arte popular, sino entretenimiento para ser consumido y regurgitado rápidamente. Los “intelectuales” que sobreviven corren el riesgo de convertirse en snobs.

4. La ética y el compromiso del poeta frente a estos obstáculos. Como los intereses solidarios no son los predominantes en nuestra sociedad, todo artista se siente a sí mismo reñido con la civilización moderna. Para Auden, el mero hecho de hacer una obra de arte es un acto político. Mientras los artistas sigan haciendo lo que piensan que deben hacer no deberán olvidar que escriben para personas concretas, con rostros y nombres.

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