CARLOS PALANCO VÁZQUEZ: LAS TRES LLAVES

CARLOS PALANCO

Soy una viróloga frustrada y una psiquiatra frustrada o puede que frustrada a secas porque mi cerebro  no puede procesar ni entender, a partes iguales, la medicina y la literatura y eso me gustaría, pero uno tiene que ser consciente de sus limitaciones por lo que me he limitado a leer con gusto a grandes figuras de la medicina española como Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o mi favorito Carlos Castilla del Pino,  estos últimos también académicos de la lengua. Cada uno, a su manera, tiene una visión del ser humano en su totalidad. Es decir, las personas no sólo son lo que son por fuera, lo que podemos ver todos, sino también los tejidos, las células, las neuronas y todas nuestras pequeñas miserias, que suelen estar muy adentro y nada mejor que el estudio de los personajes y las obras literarias para tratar de entender lo que somos y cómo somos, cosa que Freud (otro de mis favoritos) bordaba.

Carlos Palanco Vázquez, cardiólogo y autor de la novela Las tres llaves (ViveLibro, 2014) pertenece a esa familia de científicos que no se quieren alejar de los seres humanos cuando llegan a casa y nos ha dejado esta primera novela en la que nos ha dado su cosmovisión, con la que yo comulgo, aunque a veces sea tan tan difícil. Las tres llaves es una novela de aventuras con un misterio por resolver, que no os voy contar, claro. Carlos maneja perfectamente la trama y lleva al lector de la mano para que siga leyendo con buen ritmo, diálogos creíbles y personajes que cambian a medida que se suceden los acontecimientos. No descubro nada al deciros que escribir una novela es muy complejo pero que Carlos ha logrado dar con la conjunción de todas las claves para, además de conseguir manejar con precisión de cirujano los entresijos técnicos, meter una cuñita con su personalidad y la visión que tiene de la vida al mandarnos un mensaje que puede cambiar el mundo. Conozco perfectamente la distinción que se debe hacer entre autor y narrador. También sé que el autor no está en todos los personajes o en todas las frases, pero las primeras obras siempre llevan mucho de uno mismo, luego sólo se disimula mejor.

Marcos, el personaje aburrido, de rutinas y sin alicientes se convierte en un intrépido hombre que se come la vida mientras busca la verdad vital junto a María, que aparece por casualidad. Se le define como un personaje solitario, pero yo no estoy de acuerdo. Estar solo en un momento de tu vida no es ser solitario. La soledad no es desidia, ni apatía, ni desencanto por la vida, ni aburrimiento. Y no sabéis cuánto me alegro de que la definición de la novela no se ajuste con lo que yo pienso, porque la melancolía, algo similar a la tristeza, es un vicio (ahora no recuerdo quién lo definió así), es una especie de vacío o una oscuridad que diría Johnny Cash*. Es algo que uno siente o no, quizá un tipo de patología que muchas veces no se cura con amigos o amantes. Sólo se acentúa si esos amigos te faltan o desaparecen. Si oís la canción de Cash para algunos será aburridísima y a otros os pondrá los pelos de punta y os hará llorar.

Sin duda, es algo contra lo que hay que luchar, hay que esforzarse y hay que poner de tu parte, como nos explica el autor, para no vernos en esa situación. Aceptar los sinsabores, los tropiezos y volver a levantarse. Siempre es así y no hay muchas más opciones, porque siempre vale la pena algo en nuestra vida aunque hoy no sepamos verlo. Quizá yo he querido decir lo mismo en mi libro de relatos Los que sobreviven nunca son los mismos, pero desde ese otro lado que no todo el mundo descubre, menos mal. Carlos Palanco nos muestra el lado menos amargo de la vida, aunque sin enmascarar que somos los protagonistas de nuestra propia existencia y que no debemos echar las culpas a nadie. Mejor coger el toro por los cuernos que dejarnos desangrar poco a poco.

No obstante, espero mucho más de Carlos Palanco. Esta novela es sólo es principio de lo que el talento natural de Carlos, unido a una inmensa capacidad de trabajo y humildad pueden hacer. La sencillez que se respira en su novela no debe hacernos pensar que haberla escrito y escrito así de bien es fácil. La grandeza de los grandes es hacer fácil lo difícil, con palabras claras y sin vanagloriarse. Su afán de superación hará el resto y espero que podamos disfrutar sus nuevos retos literarios, muy pronto.

 

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* I See a Darkness, versión de Bonnie Prince Billy.

EDOGAWA RAMPO: RELATOS JAPONESES DE MISTERIO E IMAGINACIÓN

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Probad a decir muy rápido y varias veces con acento japonés cerrado «edogawarampoedogawarampo» y en realidad os saldrá Edgar Allan Poe con acento japonés cerrado. (Como lo de monjamonjamonja). Digamos que, a pesar  de ser una fanática de la fonética, no se me habría ocurrido utilizarla para encontrar mi nombre artístico, como sí ha hecho nuestro autor de hoy, lo que evidencia el culto que sentía por Poe. Su nombre real era Hirai Taro (1894-1965) y se le considera el padre de la narrativa japonesa de misterio. Tuvo trabajos dispares como contable, administrativo, comerciante y vendedor ambulante de fideos. También fue Presidente del Club de escritores de misterio de Japón.

Es cierto que Rampo está muy influido por autores como Conan Doyle o Dostoievski pero sus cuentos, unos más y otros menos, tienen un punto retorcido y asfixiante. Un humor que provoca un escalofrío en el lector, un punto sádico que mezclado con una prosa que parece de lo más inocente, en algunos aspectos algo anticuada, resulta efectiva. Son relatos donde se une lo onírico, lo fantástico y lo cotidiano. Uno se va adentrando en el mundo que el autor ha preparado para nosotros y, al menos yo, he sentido más miedo y más admiración con cada nuevo cuento que iba descubriendo.

Sin duda, las ilustraciones de Leticia Vera, también fotógrafa y poeta, son muy personales y crean un desasosiego perfecto en el lector. No os voy a negar que compré el libro por esos dibujos. Pero al leer los cuentos me di cuenta de que no se recrean en la maldad, sino que es obvio que ésta nos rodea y se esconde en misteriosas formas, descubrir esa visión en un escritor japonés ha sido increíble. Además, admiro a Poe, probablemente, uno de los escritores que más leí de adolescente y cómo olvidar las películas con Lugosi, Karloff, Basil Rathbone, Vincent Price, Peter Lorr, el gran Roger Corman…

Si eres un admirador de Poe este es el libro que le pedirás a Papá Noel.

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JOHN DOS PASSOS: INICIACION DE UN HOMBRE:1917

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Iniciación de un hombre: 1917 no le falta ningún subtema clásico sobre la guerra. Tenemos el absurdo, la barbarie, la identificación con el enemigo, la suciedad y miseria del soldado, el cinismo, la muerte de los amigos o la fraternidad entre ellos, las mentiras que les han contado, en especial, que hasta que no vas a la guerra no te conviertes en un hombre. Desde luego, es un buen libro con escenas que logran captar lo expuesto de una manera hábil y sincera. La traducción de Camila Batlles me ha resultado pesada por una intención arcaizante con abuso de algunos adjetivos como «pardusco», «anchuroso mar», «azul ultramar» y «soldados arracimados» y la omisión de la traducción de todas las palabras francesas. Dejando a un lado esta cuestión, este libro es un resumen de todo lo que hemos entendido por guerra a lo largo de la historia.

En mi investigación sobre la guerra de Vietnam leía con frecuencia que la Primera Guerra Mundial era muy similar a Vietnam por esa falta de entendimiento de qué estaba pasando y por qué debían morir tan lejos de casa. Pero la guerra de Corea, esa guerra fantasma que también perdió Estados Unidos, era igualita. En una hipotética reencarnación me gustaría estudiar ruso y árabe y saber qué se ha escrito de la guerra de Afganistán de la que ya nadie se acuerda. Seguro que también era estúpida y absurda porque, como se suele decir, la primera víctima de la guerra es la verdad. Podríamos añadir aquí cualquier otro conflicto.

Sin embargo, creo que las cosas están cambiando con respecto a la guerra como universal temático. No creo que podamos hablar ya de ritos iniciáticos para jóvenes que han creído las mentiras de sus progenitores o del gobierno y no saben por qué luchan pero quieren probar su masculinidad mal entendida. Todos los conflictos tienen que ver con el poder y dinero, aunque se hayan disfrazado de cuestiones religiosas desde el principio de los tiempos, las Cruzadas o la yihad, pero sólo se trata de poder, petróleo o gas o situación estratégica ¿no? ¿De verdad a alguien le importa que la interpretación del Corán sea una u otra? ¿A alguien le interesan todas las mujeres explotadas sexualmente o que estén asfixiadas literal y metafóricamente tras sus burkas? Da igual si hablamos de Asia o África, en tanto en cuanto las bombas suicidas no lleguen a occidente o mientras las niñas secuestradas no sean rubias de ojos azules. Lo importante es seguir fabricando y vendiendo armas que eso da mucho dinero.

Ya nadie se cree esa causa noble de la que hacía gala la Segunda Guerra Mundial, porque los soldados se sentían igual de mal que en la Primera, Corea, Crimea o cualquier otra, pero había un demonio contra el que luchar llamado Hitler (Sadam y Osama nos han salido ranas). Hitler, decíamos, llegó al poder en una época de crisis muy parecida a la que vivimos, y en la que vemos el auge de los populismos y la radicalización de la extrema derecha y el racismo. Y esa es precisamente la cuestión. Ya no se trata de una guerra de trincheras, ni de guerra de guerrillas en un territorio concreto. El enemigo ahora es invisible y ubicuo porque no siempre tiene un color de piel distinto al blanco. Lo que tiene es el cerebro lavado y es pobre, sin expectativas. Sería más sencillo, en lugar de invertir en armas para luchar contra la venganza y el horror, luchar por erradicar la pobreza y mejorar la educación de esos países. Con el estómago lleno, trabajo y algo de cultura es más difícil que los extremismos calen. Mucho más difícil que la emigración se extienda como el ébola y que los refugiados se cuenten por millones. Pero nadie parece entenderlo y los nacionalismos y la violencia siguen destruyendo la vida de la gente. Los soldados son los únicos que se dan cuenta, pero fíjaos, John Dos Passos, renegó de todo lo que había dicho y escrito y terminó votando al republicano Joseph McCarthy, el de la caza de brujas. Quizá por eso el libro se titula Iniciación de un hombre. Cada uno lidia con la porquería acumulada en su vida como puede y vete a saber en qué terminas convirtiéndote.

AKIYUKI NOSAKA: LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS /LAS ALGAS AMERICANAS

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Akiyuki Nosaka es un célebre autor japonés. Nació en 1930, Damnificado de Kobe fue huérfano y vagabundo, luchador de boxeo rápido y cantante pop. Escribió estas dos novelas cortas en 1967 y al año siguiente ganaron el premio Naoki. Los que me seguís sabéis que tengo especial predilección por los escritores japoneses de los que me encanta su delicadeza y su prosa sin estridencias llena de matices y poesía. No es que Nosaka no haga gala de estas cualidades, pero no deja por ello de mostrar los aspectos más crudos y sórdidos de la vida en una mezcla perfecta con una prosa sólo en apariencia sencilla. Es un maestro, eso es lo que quería decir. En La tumba de las luciérnagas cuenta la muerte de inanición de dos niños en 1945, relato devastador de las consecuencias de la guerra que siempre se ceba con los más débiles. Las algas americanas es, técnicamente, mucho más interesante por la forma de narrar con sarcasmo y tristeza la sumisión ante los americanos, tiempo después del fin de la guerra. A propósito de la visita de una pareja de jubilados estadounidenses critica de manera despiadada la visión de los propios japoneses como derrotados, aunque nadie sale indemne de su bisturí.

No, no es un libro para pasar el rato, tampoco para llorar desconsolados. Es una crítica, es una descripción de la dureza de la guerra. Tim O’Brien, el autor más famoso de la guerra de Vietnam, decía algo así como que si envías a niños a la guerra volverán diciendo guarradas, porque la guerra es sucia. Nosaka nos habla de la Segunda Guerra Mundial, podría hacerlo de Palestina, Irak, Siria, tristemente etcétera. Más que recomendable.

LOS QUE SOBREVIVEN NUNCA SON LOS MISMOS: CRÍTICA DE CARLOS PALANCO VÁZQUEZ

 Os prometí que a la vuelta de las vacaciones habría alguna otra crítica a mi libro de relatos LOS QUE SOBREVIVEN NUNCA SON LOS MISMOS y aquí está. En esta ocasión corresponde a Carlos Palanco Vázquez, autor de la novela de misterio LAS TRES LLAVES de la que en breve tendréis una crítica. Carlos es, además de escritor, cardiólogo en el Hospital de Mérida y doctorando. Ahí es nada. Tuve el gusto de compartir con él una tarde en la feria del libro de Madrid y de conocer a una persona vital, positiva, inteligente y con una inmensa capacidad de trabajo pero que destaca por su humildad. Sólo quería dar las gracias a Carlos por una crítica que me gustaría merecer.

  CARLOS PALANCO

«En medio de tanta literatura vana, a veces, de vez en cuando, surgen talentos refinados y dignos de mención. Estoy hablando de la joven escritora burgalesa Berta Delgado Melgosa.

Con su libro de relatos Los que sobreviven nunca son los mismos se dibuja la estela típica del genio artístico, tantas veces mostrada a lo largo de la historia. Me refiero a la consciencia del sufrimiento hasta el punto de conseguir hacer del drama una virtud.

Y es que no hay mayor virtud que la consciencia del propio ser y en este libro eso se muestra de forma permanente. La consciencia de la tragedia humana plasmada en el día a día. No hablo de grandes catástrofes ni de lamentos pasionales. Hablo de ese existencialismo que todos, aun sin saberlo, en mayor o menor medida tenemos. Hablo de la sutileza de la rutina torcida, que sin darnos cuenta, gota a gota horada el alma, colándose en nuestras vidas, tiñéndola de un gris apenado y que por momentos pareciera eterno. Me refiero a las historias personales que se dibujan en los relatos y que no hacen más que mostrar realidades tediosas que martillean la consciencia hasta hacerla peligrosamente inconsciente.

Se palpa en estos relatos el lamento humano, masticado lentamente en cada página, en cada renglón, en cada palabra. Cada frase pareciera haber sido diseñada con plena intención. No hay párrafo en el que no tenga cabida la reflexión, a veces simple, con frecuencia sarcástica y mordaz.

La obra mira directamente a la realidad y la señala, sin miedo al miedo, al vacío o a la desesperanza. Pero no se recrea en la tragedia porque sí, lo hace, o al menos uno quiere pensar eso, para tomar consciencia de la situación y superarla: topar con el suelo duro para luego saltar alto. Magistral el último relato, donde la esperanza, que pareciera ya ausente, renace de las cenizas y se transforma en quietud pacífica y atemporal.

El libro, sus historias, aunque tienen principio y fin, carece de límites y pareciera querer abordar al lector y decirle “¡Tú también tienes un relato que contar!”.

Con todo, la profundidad de lo narrado no debe ocultar en absoluto el estilo refinado, preciso y precioso, que se teje a lo largo de todas las páginas.

Estamos pues ante un libro de relatos cortos, como corta es su extensión. Pero no nos llevemos a engaño, no. Ahora, más que nunca, donde el éxito está excesivamente mercantilizado y con demasiada frecuencia se escribe con tinta de imprimir billetes, es cuando más falta hace mostrar el talento, difundirlo, darlo a conocer. Y eso es justo lo que pretendo con esta crítica. Mostrar un libro corto en extensión, pero extenso en calidad y contenido, escrito por una autora cuya trayectoria se promete firme y trascendente.

La luz, entendida como talento o esperanza, acaba siempre colándose por una u otra rendija.»

 

Carlos Palanco Vázquez

29 de agosto de 2014