Este libro podría haberse titulado Bebamos y follemos que mañana escribiremos, pero a Bukowski se le ocurrió, de hecho, (in fact) titularlo Factotum. Un conjunto de hechos indescriptibles sobre cómo transcurrió su juventud o la de su alter ego, Henry Chinaski, de un empleo a otro, de una mujer a otra, de una botella a unas cuantas más. Qué puedo decir, me he reído a carcajadas con algunos episodios como el de las ladillas…qué gran metáfora, ver cómo se van las malas personas y la mugre de nuestras vidas por el sumidero de la bañera, como las ladillas que Bukowski fue acumulando de ciudad en ciudad. Y, sin embargo, qué amabilidad la suya con todo y todos los que va encontrando a su paso. Ni asomo de la profundidad de Arturo Bandini (alter ego de John Fante), nada de cómo se convierte en escritor ni por qué piensa que lo es. Sólo la música clásica, Mahler o Tchaikovsky en polvos sin fin, que con ese nivel de alcohol uno piensa que no son posibles, que son tan inventados como el humor que rodea a este autor irreverente, irónico, sin llegar al sarcasmo. No hay amargura en sus libros. Es como si quisiera preservarnos de lo malo de la vida. Nos lo muestra, sí, se ríe de nuestras convenciones, de nuestros prejuicios, de lo políticamente correcto, pero se queda a años luz de nosotros, a los que dirige sus libros. Bukowski digiere la basura y la regurgita de esa forma amable de la que hablaba, y todo sin eufemismos. Casi imposible.
Yo leí a Bukowski muy joven y entonces me quede en lo superficial. Años más tarde me he encontrado un autor que también se queda en lo superficial, porque lo que hay al fondo de la botella no es apto para todos los públicos. Uno debe de odiarse mucho para beber tanto, para perderse en mujeres tristes y tan alcoholizadas como él y, sin embargo, nos debe de querer mucho para no permitir que nos hundamos con él en esa basura de existencia. Sus obras me parecen un aviso a navegantes, porque en esta vida hay más mierda de la que cabe en un conjunto de hechos.