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Año nuevo y lecturas nuevas de viejos conocidos, no se me ocurre nada mejor para empezar 2017. Qué puedo decir de Heinrich Böll que no haya dicho ya. Me atrapó su manera sincera y sencilla de decir, su atmósfera melancólica y su acidez desde Opiniones de un payaso.

Böll es un Premio Nobel de los que lo merecen, aunque dudo que se lo dieran en este momento. La religión católica está muy presente en su obra de una manera que ahora casi ni somos capaces de entender, pero sólo han pasado unos 50 años de sus obras, aunque parezca un siglo, las nuevas tecnologías se han llevado por delante las humanidades y con ellas la profundidad de pensamiento crítico y, en general, casi cualquier otra cosa elevando al hombre a lo más alto en este estercolero que llamamos mundo. El hombre parece ser el centro del universo pero no sabe que se dirige hacia la destrucción. Una vez que hemos dejado de sentir miedo de repetir la Segunda Guerra Mundial y mientras los jóvenes judíos se hacen selfies en las cámaras de gas, gurús y más gurús nacen como setas, nos dicen cómo encontrar nuestra marca personal, nuestro propósito en la vida o la felicidad, existen cursos de casi cualquier cosa porque somos talentosos, todos, y con un poco de esfuerzo no sólo conseguiremos lo que nos propongamos sino que además tendremos éxito, global, claro. Dentro de poco seremos inmortales y, mientras, nos creemos jóvenes hasta los 70 pero estamos solos. Sin creencias, sin ética, sin fe.

Por eso he escogido esta breve novela para iniciar 2017, porque habla de amor en una sociedad perdida. Es realismo social,  porque muchos pasaron hambre, como ahora aunque no queramos verlo y en El pan de los años mozos el pan «es la medida de todas las cosas». Nuestra sociedad tal y como la conocemos con derechos y libertades va a desaparecer, con el poder y el dinero en manos de unos pocos, el empleo diezmado por la inteligencia artificial somos más que nunca «piezas de repuesto y corazones rotos» («spare parts and broken hearts») que diría Bruce Springsteen. De nosotros depende despertar de esta pesadilla y luchar por el amor, aunque sea un amor desesperado, mediante un aprendizaje que los jóvenes protagonistas iniciarán desde una inocencia rota. Incisiva, precisa y breve esta es una de mis novelas favoritas, la he estudiado con pasión y ha influido decisivamente en mi próxima novela. Contadme qué os parece.

bertadelgadomelgosa@gmail.com ❤

 

3 comentarios en “HEINRICH BÖLL: EL PAN DE LOS AÑOS MOZOS

  1. Muchísimas gracias, José Luis, ya sabes cuánto valoro tus comentarios. Como siempre estoy de acuerdo contigo. Me quedo con el autor que mencionas que no lo conozco y te recuerdo que el tambor de hojalata es de günter grass, al que no me apetece leer, cosas mías. Otro abrazo para ti desde España 🙂

  2. Querida Berta, bienvenida a tu espacio, tan apreciado allende como aquende el Charco. Böll es uno de los escritores alemanes más grandes del siglo pasado. Aprovecho el recuadro de mi comentario para rendirle en calidad de lector (gracias a tus anotaciones críticas que me lo recuerdan), un sentido homenaje en el que coincido contigo. En efecto, desde Confesiones de un payaso, esa sencillez y lenguaje directo, esas atmósferas melancólicas y esa causticidad crítica te atrapan. Confesiones… la he releído tres veces y siempre termino llorando. Y El tambor de hojalata la he releído dos, también es un novelón. La profundidad de pensamiento del novelista, el pensamiento no de un gazmoño, sino de un católico en el más hondo, coherente y responsable de los sentidos, te conmueve y convence también profundamente. En cuanto a El pan de los años mozos, no la he leído, pero esta misma tarde voy a darme una vuelta por la librería y será una de mis primeras lecturas del año que comienza. Tienes razón, nuestros tiempos nublados difícilmente le concederían el Nobel hoy en día, y es que en el estercolero actual ya no importa lo más mínimo la reflexión crítica, los afectos y sentimientos, (y menos aún el amor, que ha sido sustituido brutalmente por los peores y más ocurrentes caprichos del culo, lo que ha transformado hasta el lenguaje, por lo que ya no se dice hacer el amor, sino tener sexo). En pocas palabras, las personas han dejado de tener toda importancia, y nos hemos vuelto refacciones de segundo orden, allí donde la preponderancia pasó a ser toda de las «máquinas inteligentes». Y todo, en aras de que un puñado de multi-millonetas se repartan el pastel mundial. Injusticia, hambre, guerras (cierto, ¡se ha perdido el miedo a repetir el error y la vergüenza de la segunda guerra mundial: los nefastos líderes mundiales ya se preparan para la tercera!), prevaricación, crueldad innecesaria, abusos, cinismo, desplantes de una sociedad mundial en declive. Hay una diferencia abismal, entre el viejo esquema renacentista del antropocentrismo -por ejemplo el de Pico della Mirandola- y nuestro actual ensoberbecido esquema en el que el hombre sólo aparentemente es (o se cree) el centro del Universo. En aquel, si bien el teocentrismo medieval cede, y es el hombre el que ahora pasa al primer plano, el sentimiento de estar la humanidad «religada» a lo divino no se ha perdido aún: ese es el sentimiento fundamental que la barbarie tecnológica, y muchos decenios de embates contra la cultura humanística, han mermado en nuestros días. Es en este momento de la reflexión donde retomo a Böll, pero de paso también a otro escritor que siempre ha sido de mis favoritos: Niko Kazantzkis, otro escritor de realismo social fundado en una cosmovisión en la que ambos términos del binomio Dios -hombre son importantes, aun en los momentos más horrendos de la Historia. Por cierto, en aquel antropocentrismo de venerandas raíces griegas, judías, romanas, etc., «el hombre es la medida de todas las cosas». Sólo un regreso al hombre y a su importancia ontológica (tenemos tiempo, mientras las máquinas aún no sepan ni amar, ni inteligir: inter-ligar lo humano, si no con lo sagrado, al menos con la ética que es un imperativo humano) nos podrá salvar del abismo hacia el que corremos a pasos agigantados por la soberbia e ignorancia de los tiempos. Te mando un fuerte abrazo desde México.

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