Estupor y temblores (1999) publicada por Anagrama en España en 2004 es un ejercicio de masoquismo amén de un catálogo de costumbres niponas incomprensibles y un listado de conductas sádicas en el entorno laboral. Dicho así, puede no interesarnos, pero dado que Nothomb, miembro de La Real Academia de la Lengua y Literatura francesas de Bélgica, recibió el Gran Premio de Novela de la Academia francesa en 1999 por esta obra, quizá lo pensemos dos veces. Fue llevada al cine por Alain Corneau en 2003.
Incomprensiblemente, se trata de una novela autobiográfica. Por tanto, tanto la protagonista como la autora, que trabajó de traductora, tienen un extenso conocimiento de japonés, del país y ambas fueron contratadas por una multinacional nipona. Sus responsabilidades, que debían ser elevadas, irán siendo más y más absurdas hasta completamente fuera de lugar, ya que llega incluso a limpiar los váteres, debido a la voluntad sádica de su jefa directa, cuyo máximo interés es denigrarla. Es una situación curiosa porque la protagonista se presta a este peligroso juego siendo plenamente consciente de su validez como persona y profesional. De ahí la paradoja de este duelo destructivo para el que sólo falta el barro.
No obstante, es muy sencillo empatizar con el personaje debido al sentido del humor, absurdo, por supuesto, con el que se describe la acción. Todo parece un tremendo error, una hipérbole en la que parece reírse de este ejercicio de masoquismo autoimpuesto. Como es lógico, existe un límite que no se traspasa, puesto que la sucesión de conductas denigrantes conllevan un peligro real, momento en el que abandona el juego. Diría más, lo hace justo en el momento en el que yo, como lectora, estoy a punto de entrar en la oficina y solucionar las cosas a la manera latina.
La decisión de la protagonista de prestarse como conejillo de Indias de una suerte de experimento antropológico consigue hacer de esta breve e intensa novela una obra no apta para cardíacos. No os la perdáis.
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Anagrama
SARA MESA: CICATRIZ
Hay libros que no tienen el menor interés, caso que nos ocupa, pero que están respaldados por una excelente campaña de marketing, en concreto, de una de las mejores editoriales españolas: Anagrama. No puedo decir que Cicatriz no esté bien escrito, pero eso es como el amor, a veces no es suficiente, por lo que el resumen de esta reseña es que esta novela es una porquería. Si Sara Mesa es una de las mejores voces de su generación (que resulta que es la mía) podemos encomendarnos a los dioses. Podéis dejar de leer, pero vamos a dar alguna explicación, si os parece.
Hay cuestiones imprescindibles a la hora de valorar la calidad de un texto y, aunque la verosimilitud no es una de ellas, lo cierto es que resulta necesaria si hablamos de una novela realista como es Cicatriz. Lo que es seguro es que sin una trama contundente la buena utilización del lenguaje no será suficiente para asir al lector, a no ser que muestre alguna genialidad, que aquí no se da.
Cicatriz trata de una mujer que intercambia emails durante siete años con un hombre, sin que ninguno quiera nada concreto. Se conocieron en un foro literario. No sabemos a qué se dedica él, pero roba libros, cds y ropa interior de La Perla (ni más ni menos) durante años sin que le detengan. Se los envía a la protagonista, podríamos decir que por fetichismo asexual. Pero cualquiera que se haya acercado a un foro (no voy a mencionar Forocoches) ha podido comprobar lo siguiente:
- Todo el mundo quiere algo.
- Casi todo el mundo quiere algo sexual.
- Todo el mundo se aburre rápido.
Así pues, no sólo esta novela resulta poco creíble, sino que la trama, en mi opinión, está cogida por los pelos del ridículo. Si a esto sumamos que los capítulos nos señalan el tiempo narrativo («hace siete años», por ejemplo) uno se vuelve loco. Esto es algo que puede funcionar en la televisión pero en literatura es un fiasco. Stephen King, que se explica mucho mejor que yo, dice lo siguiente: «el objeto de la ficción no es la perfección gramatical sino contar una historia». Esa historia (y no lo digo sólo yo) no debe ser insustancial, como ésta. Que el marketing no empañe nuestro criterio. La crítica no es sólo gusto personal, no lo olvides, y si no hay nada que creas que funciona en la novela, porque tenga una trama inverosímil y carente de interés o personajes absurdos, no lo dudes, no es una de las mejores novelas del año, por mucho que te lo digan.
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JOHN FANTE: LLENOS DE VIDA
Dicen que un escritor siempre reescribe una y otra vez un único tema…de diferentes maneras, se entiende. Quizá el mejor ejemplo es Woody Allen, al que siempre se nota demasiado que habla de sí mismo. Esto me recuerda que Allen es judío y los escritores judíos norteamericanos (sobre todo los que escriben para el cine o la televisión) son especialmente dados a hablar de sí mismos mientras el resto de los mortales esparrancados en las butacas nos devanamos los sesos por intentar entrar en ese mundo cerrado de hombres con dinero, mundo que nos es ajeno, aturdidos por esa verborrea indiscriminada de chistes más o menos sexuales que después de Woody y aquella oveja que Dios guarde…poco tienen que hacer. Gracias a ese o a otro Dios, Fante es de origen italiano, dónde va a parar…el sarcasmo tiene sentido, las mujeres existimos de otra manera…a parte de la mama hay mucho suegro en Llenos de vida, una novela divertidísima…para que luego no me digáis que soy tan oscura 🙂
Estamos en Estados Unidos, Los Ángeles, Bandini escribe guiones pero, ¿hasta qué punto eso es un trabajo de hombres? Son los 50, la American way of life en su apogeo, las lavadoras y todos los electrodomésticos permiten que las mujeres tengan más tiempo para arreglarse y ser tan femeninas…tan femeninas que se convierten en madres y OH! esta es la trama de la novela. Bandini va a ser papá, su casa está llena de termitas, su propio padre piensa que es un inútil y la mama le envuelve en extrañas supersticiones.
Nadie como Fante para sacarse de la manga una novela de algo tan cotidiano como ser padre. Si me permitís, voy a dedicar este post a un amigo valenciano que acaba de tener su segundo hijo y que sé que se va a reír mucho, porque las neuras de los personajes son extremas, son ridículas como lo somos todos sin excepción. Sólo que aquí no tenemos un guionista sobrado. Acomplejado, puede, por ese origen italiano, del que no estoy muy segura si se avergüenza o se enorgullece…porque el Mediterráneo tiene garra, tiene sangre, es explosivo, con los judío-americanos tipo Roth o Bellow me pierdo. Me aburro. Les falta chispa. No están llenos de vida.
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QUIM MONZÓ: EL PORQUÉ DE LAS COSAS
Buscaba una foto para incluir en la entrada de hoy y escribo: Quim Monzó. Voy al apartado de imágenes, como siempre. Pero salta una ventana emergente que indica que para ver las fotografías de Quim Monzó necesito desactivar un filtro que creía que no tenía activado, el de imágenes seguras. Me apresuro a pinchar en el botón. Sí, estoy segura de que tengo más de 18 años, no tan segura de querer volver a tenerlos y jaleo al ratón lak lak lak, chasqueo la lengua para que vaya más rápido porque quiero ver qué tipo de imágenes consideradas no seguras puede tener este escritor cuyo físico me desagrada (mil perdones). No de manera consciente y, sin poner en duda un cráneo privilegiado como el suyo que diría Valle-Inclán, es demasiado grande y no va mucho a la peluquería, por decir algo políticamente correcto. Me vienen a la mente otras imágenes de mi gusto pero no logro encontrar qué puede ser morboso entre las típicas poses de autor. Al fin le veo maquillado de mujer. ¿Será posible? ¿Sólo eso? También hay un montaje. Su enorme cabeza en un abdomen con tortuguitas. Por lo visto, alguien más tiene la misma sensación que yo: follar con un tonto es una amargura. En fin. Descargo la foto y dejo el filtro desactivado, aunque no sé por qué, no sé el porqué de las cosas.
Quim Monzó (Barcelona, 1952) ha sido, entre otras cosas, dibujante de historietas, dialoguista de películas, letrista de canciones, guionista de radio y televisión, diseñador gráfico y reportero de guerra. Por eso, cuando nos acercamos a sus cuentos tenemos que ser cautos, parecen simples. No lo son. Son absurdos, divertidos y sarcásticos pero conocen al ser humano en su inmundicia y eso no tiene gracia, aunque se ríe de casi todo, en especial de la incertidumbre que rodea estos personajes con nombres inventadísimos. Monzó riza el rizo de situaciones cotidianas y sus protagonistas te terminan dando pena ¡qué tonta es la vida! ¿Por qué hago lo que hago? ¿Por qué no hago lo que quiero? Son esquemas simbólicos que retuercen lo poco que creemos saber de nuestra vida y la de los demás, como cuando destroza los cuentos de hadas y los convierte en auténticas guarradas (esas que hacemos con nuestros amantes). La primera vez que lo leí no me terminó de gustar. Ahora me encanta, mi libro favorito de Monzó es Mil cretinos, aunque no sé si sabría explicaros por qué.
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