Jorge Semprún (1923-2011) fue liberado a los 22 años del campo de exterminio de Buchenwald en abril de 1945. Esto ya es de por sí una hazaña y el excelente neuropsiquiatra y también superviviente del horror nazi, Victor Frankl, padre la Logoterapia y que tan bien nos ha explicado la resiliencia, se sentiría orgulloso de él. Escritor, intelectual, guionista y Ministro de Cultura no escribió el libro de un superviviente habitual. No existe “la posibilidad de contar” porque la experiencia no es que haya sido “indecible” [sino porque][…] ha sido invivible, algo del todo diferente […][1]. Semprún subraya la imposibilidad de poder comprender, por muy buenas intenciones que se tengan, esas horribles vivencias. A partir de ahí, cree que sólo es posible “[…] transmitir parcialmente la verdad mediante la recreación, es decir, al convertir su testimonio en un “objeto artístico” (p. 25). Pero yo no estoy de acuerdo pues no creo que sea la única manera. Después de haber leído lo suficiente sobre el trauma y haber estudiado distintas novelas me fue imposible hallar en su obra La escritura o la vida algo diferente a querer traspasar la vida. No quiero que se me malinterprete. Semprún, como cualquier autor, era muy libre de hacer con sus vivencias y su pluma lo que quisiera, pero el resultado me decepcionó. Al recrear el hecho, algo que siempre sucede, la memoria lo altera pero si lo mezclamos con el hecho literario sin que el resultado sea una novela de ficción ni tampoco una autobiografía novelada (sobre lo que podíamos disertar largo y tendido) me parece un pastiche excelente, pero pastiche. Creo que se equivocó con el género pero, ¿quién soy yo para juzgarlo? Leed y decidid vosotros mismos. Os dejo con el párrafo que más me impresionó del libro.
Gira la cabeza hacia los árboles, alrededor. Los otros también. Aguzan el oído. No, no es el silencio. Nada les había llamado la atención, no habían oído el silencio. Quien les llena de espanto soy yo, eso es todo, manifiestamente.
-Se acabaron los pájaros –digo, siguiendo mi idea-.El humo del crematorio los ha ahuyentado, eso dicen. Nunca hay pájaros en este bosque…
Escuchan, atentos, tratando de comprender.
-¡El olor de carne quemada, eso es!
Se sobresaltan, se miran unos a otros. Con un malestar casi palpable. Una especie de hipido, de náusea.[2]