JEAN-PAUL SARTRE: LA NÁUSEA

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Sólo sé que no me he enterado de nada: supuestamente esta es una novela existencialista pero a mí me parece de lo más positiva, a la manera que lo eran las grandes tragedias griegas en las que se buscaba la katharsis. No hay nada más trágico que lo que sucedió a Edipo, por eso los espectadores y ahora lectores tenían y tenemos que hacer lo posible para aprender de los errores de los demás y adaptar nuestra estrategia vital para no caer en la náusea. Todos los humanos no somos capaces de sobreponernos, aún así, el mensaje está ahí para quien lo quiera hacer suyo, que Sartre tuviera esta intención o no a mí me resulta irrelevante.

La vida es una mierda, la vida es cruel, esto es un hecho, ahora bien ¿qué vas a hacer? Esto lo dice también el budismo, es el no añadir sufrimiento al sufrimiento. Ah, que después de la náusea no hay nada… Bueno, habrá en esta vida lo que cada uno en su libertad y responsabilidad decida o, en palabras de Sartre:

«La vida tiene un sentido si uno quiere dárselo».

Roquentin no es tan diferente de cualquiera de nosotros en medio de esta pandemia (hago un inciso para decir que La peste de Camus está en mi lista de lecturas). Buscamos apagar el silencio, comunicarnos por todos los medios tecnológicos para después abrrurrirnos de los demás. ¿Os imaginais el confinamiento sin internet? Sólo hace unos años que lo utilizamos y ya es tan importante como el fuego. El ser humano es repugnante en general, lleno de miserias, busca constantemente fuera para validarse, para encontrarse en el tener y refugiarse en el ego, por eso es necesario (en sentido filosófico de obligatoreidad) que decidamos buscar un sentido y no acabar como Roquentin, nuestro solitario protagonista aburrido de sí mismo. El rayo de esperanza que supone Annie, una antigua novia, lo arroja al precipicio, porque sin amor estamos desconectados de los demás. Ese es uno de los mejores momentos de la novela, al menos narrativamente hablando: resulta devastadora la descripción del momento en que Roquentin oye cómo se cierra la puerta tras él, la puerta al amor como redención, también al amor de la amistad que pudiera haber mantenido con el Autodidacta:

«Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, un principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace»

No obstante, un tema que me resulta relevante es el del paso del tiempo, ya que para Sartre sólo el presente importa, pero el protagonista se sitúa frente a frente con el pasado. En efecto, para un existencialista el futuro no existe, el hombre está abocado a la muerte, pero no se menciona y aquí tenemos una de las grandes contradicciones de esta novela. A pesar de que Roquentin parece caer en una espiral absurda piensa en escribir un libro.

«Pero llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría detrás de mí y pienso que un poco de claridad caería sobre mi pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora, en esta hora lúgubre que espero, con la espalda agobiada, que llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me late más rápidamente, y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo. Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme».

Siento el spoiler, pero merecía la pena atender a varias cuestiones al respecto. En primer lugar, este hombre aherrojado a un mundo pestilente y aburrido decide subirse a un tren y escribir un libro que «de sentido a su pasado», por lo que no considero que sea el comportamiento básico de alguien para quien la vida carece de sentido. Si pensáramos que Roquentin sufre depresión, que yo no lo creo, tendríamos que tener en cuenta la definición de la depresión que nos dejó el eminente neuropsiquiatra ya fallecido, Carlos Castilla del Pino: la depresión es la ausencia de proyectos, pero Roquentin tiene uno y no uno cualquiera: a. encontrar sentido a su vida y b. dejar un legado, es cierto que es un proyecto renqueante y que lo quiera hacer no quiere decir que lo culmine, es más, es ciertamente probable que, de estar depresivo, tuviera este propósito y no se levantara de la cama, pero eso no se nos cuenta.

Por otro lado, tengamos en consideración una pregunta que el inefable filósofo y neuropsiquiatra, Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y el análisis existencial y autor, entre otros libros de El hombre en busca de sentido, hacía a sus pacientes según entraban en la consulta: «Y usted ¿por qué no se suicida?». A partir de semejante cuestión indagaba en los intereses del paciente para hacerle salir de su náusea. En este mismo sentido, Albert Camus, con quien Sartre tenía mala relación por envidia a mi modo de ver, decía: «El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos» (la cursiva es mía), esto es con otras palabras lo mismo que decía Sartre, porque es evidente, como también decía el filósofo austríaco Wittgenstein, incomprensible para mí en general salvo esta frase: «No sé por qué estamos aquí , pero estoy seguro de que no hemos venido a pasarlo bien». En fin, algo podremos decir al respecto, ya sabemos que la vida es una tómbola. Como bien explica uno de los psicólogos clínicos y Catedrático de la Universidad de Toronto más famosos de la actualidad, Jordan B. Peterson, que la vida es horrible y cruel es obvio, ahora bien, ¿cómo vamos a lidiar con eso? Pues debemos tener voluntad para aceptar la vida para expandirnos, aprender nuevas habilidades que cambiarán tu estructura genética, si no nos ponemos en esa posición, no utilizaremos nuestras posibilidades y nos sentiremos cada vez más impotentes, lo que nos llevará a una espiral destructiva. Lo contrario, no beneficia solo al individuo, sino a su familia y comunidad. La clave del pensamiento de Peterson, autor controvertido, es que todo lo que tú hagas importa, porque no solo influye en ti sino en tu círculo y así sucesivamente. Es cierto que no sabemos qué hará finalmente nuestro protagonista, el lector lo decidirá y yo hoy me he levantado optimista.

En resumen, no voy a decir aquí que Sartre fuera un romántico empedernido y que la historia con Annie pudiera haber sido lo que diera un rayo de luz a la vida de Roquentin, sino que es una novela incongruente y literariamente poco interesante. Tampoco voy a decir que sea un pestiño, pero está trasnochada, salvo algunas cuestiones estilísticas que he encontrado muy refrescantes. Me ha sorprendido la vivacidad de los diálogos y el ritmo, rápido, sobre todo al principio, aunque no me ha gustado el retrato del personaje. Lamento haberlo comparado con Camus, pero hay una diferencia cualitativa como del agua al vino. Con todo,  me ha hecho reflexionar y eso es lo relevante. Digamos que La náusea no me ha resultado tan nauseabunda como el intercambio de amantes de Sartre con su pareja y no lo digo como algo moralmente reprobable, sino humanamente triste: miserias tenemos todos y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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CARLOS CASTILLA DEL PINO: UNA ALACENA TAPIADA

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Mi profunda admiración por Carlos Castilla del Pino viene de lejos. Para mí es mucho más que un escritor e infinitamente más que uno de tantos escritores. Pertenece a ese escaso grupo de autores que dan en la tecla adecuada cuando se trata de reflejar las emociones. Excelente neuro-psiquiatra y académico de la lengua, Castilla del Pino nos cuenta las cosas complicadas de esa manera sencilla que sólo consiguen los grandes. Creo que en alguna ocasión he comentado que suelo leer a médicos, puesto que poseen una visión del ser humano más amplia que la mayoría. Quede claro que no me refiero a esos matasanos que nos encontramos en los centros de salud, sino a grandes mentes como Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o Pío Baroja en España, Chéjov, Bulgákov y tantos otros en el resto del mundo.

La vida de Castilla del Pino (1922-2009) estuvo marcada por 3 hechos: la imposibilidad de acceder a un puesto en la universidad por cuestiones políticas y de favoritismos del régimen y los suicidios de dos de sus siete hijos. La absoluta sinceridad de sus palabras las reflejó en su excelente biografía Pretérito imperfecto. Autobiografía (1922-1949) (1997), IX premio Comillas, y Casa del olivo. Autobiografía (1949-2003) (2004) que es, además, un retrato de la guerra civil y cómo ésta le afectó, así como la vida de posguerra y que no os podéis perder. Probablemente el mejor psiquiatra español con un hijo drogadicto y dos suicidas e incapaz de conseguir plaza en la universidad. No se recuperó de una profunda frustración por estos motivos que os cuento. Yo, que mi mayor ilusión siempre ha sido ser profesora de universidad, cosa que no he conseguido, suelo decir, con cierta sorna, que si no lo consiguió Castilla del Pino, ¿cómo lo voy a conseguir yo?

Una alacena tapiada (1991) es una novela corta que trata de un misterio en una familia, en un pueblo español. Las coincidencias, el destino, la culpa y la expiación son los temas sobre los que gira una trama cerrada y envolvente de personajes tan reales como los que trataba en su consulta en Córdoba. Destaca su inmenso dominio del lenguaje siempre conciso y certero. En definitiva, da igual que leáis esta novela o Discurso de Onofre (1977) o cualquiera de sus ensayos, siempre aprenderéis algo. Imprescindible.

Pd. A masLucena y a mi nos complace comunicaros que OSTRANENIE, nuestro libro de relatos y fotografías, ya está disponible en la Librería Luz y Vida, en Burgos desde 1948. Gracias a Luz y Vida por la confianza 🙂

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CARLOS PALANCO VÁZQUEZ: LAS TRES LLAVES

CARLOS PALANCO

Soy una viróloga frustrada y una psiquiatra frustrada o puede que frustrada a secas porque mi cerebro  no puede procesar ni entender, a partes iguales, la medicina y la literatura y eso me gustaría, pero uno tiene que ser consciente de sus limitaciones por lo que me he limitado a leer con gusto a grandes figuras de la medicina española como Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o mi favorito Carlos Castilla del Pino,  estos últimos también académicos de la lengua. Cada uno, a su manera, tiene una visión del ser humano en su totalidad. Es decir, las personas no sólo son lo que son por fuera, lo que podemos ver todos, sino también los tejidos, las células, las neuronas y todas nuestras pequeñas miserias, que suelen estar muy adentro y nada mejor que el estudio de los personajes y las obras literarias para tratar de entender lo que somos y cómo somos, cosa que Freud (otro de mis favoritos) bordaba.

Carlos Palanco Vázquez, cardiólogo y autor de la novela Las tres llaves (ViveLibro, 2014) pertenece a esa familia de científicos que no se quieren alejar de los seres humanos cuando llegan a casa y nos ha dejado esta primera novela en la que nos ha dado su cosmovisión, con la que yo comulgo, aunque a veces sea tan tan difícil. Las tres llaves es una novela de aventuras con un misterio por resolver, que no os voy contar, claro. Carlos maneja perfectamente la trama y lleva al lector de la mano para que siga leyendo con buen ritmo, diálogos creíbles y personajes que cambian a medida que se suceden los acontecimientos. No descubro nada al deciros que escribir una novela es muy complejo pero que Carlos ha logrado dar con la conjunción de todas las claves para, además de conseguir manejar con precisión de cirujano los entresijos técnicos, meter una cuñita con su personalidad y la visión que tiene de la vida al mandarnos un mensaje que puede cambiar el mundo. Conozco perfectamente la distinción que se debe hacer entre autor y narrador. También sé que el autor no está en todos los personajes o en todas las frases, pero las primeras obras siempre llevan mucho de uno mismo, luego sólo se disimula mejor.

Marcos, el personaje aburrido, de rutinas y sin alicientes se convierte en un intrépido hombre que se come la vida mientras busca la verdad vital junto a María, que aparece por casualidad. Se le define como un personaje solitario, pero yo no estoy de acuerdo. Estar solo en un momento de tu vida no es ser solitario. La soledad no es desidia, ni apatía, ni desencanto por la vida, ni aburrimiento. Y no sabéis cuánto me alegro de que la definición de la novela no se ajuste con lo que yo pienso, porque la melancolía, algo similar a la tristeza, es un vicio (ahora no recuerdo quién lo definió así), es una especie de vacío o una oscuridad que diría Johnny Cash*. Es algo que uno siente o no, quizá un tipo de patología que muchas veces no se cura con amigos o amantes. Sólo se acentúa si esos amigos te faltan o desaparecen. Si oís la canción de Cash para algunos será aburridísima y a otros os pondrá los pelos de punta y os hará llorar.

Sin duda, es algo contra lo que hay que luchar, hay que esforzarse y hay que poner de tu parte, como nos explica el autor, para no vernos en esa situación. Aceptar los sinsabores, los tropiezos y volver a levantarse. Siempre es así y no hay muchas más opciones, porque siempre vale la pena algo en nuestra vida aunque hoy no sepamos verlo. Quizá yo he querido decir lo mismo en mi libro de relatos Los que sobreviven nunca son los mismos, pero desde ese otro lado que no todo el mundo descubre, menos mal. Carlos Palanco nos muestra el lado menos amargo de la vida, aunque sin enmascarar que somos los protagonistas de nuestra propia existencia y que no debemos echar las culpas a nadie. Mejor coger el toro por los cuernos que dejarnos desangrar poco a poco.

No obstante, espero mucho más de Carlos Palanco. Esta novela es sólo es principio de lo que el talento natural de Carlos, unido a una inmensa capacidad de trabajo y humildad pueden hacer. La sencillez que se respira en su novela no debe hacernos pensar que haberla escrito y escrito así de bien es fácil. La grandeza de los grandes es hacer fácil lo difícil, con palabras claras y sin vanagloriarse. Su afán de superación hará el resto y espero que podamos disfrutar sus nuevos retos literarios, muy pronto.

 

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* I See a Darkness, versión de Bonnie Prince Billy.