N. Boileau-Desprèaus tradujo al francés el tratado Sobre lo sublime en 1674. A partir de este momento ocupará un lugar relevante entre los grandes tratados de teoría literaria de la Antigüedad: Aristóteles, Horacio y Quintiliano. Es destacable su originalidad en lo que se refiere a la importancia que otorga a las emociones, a la imaginación, a la belleza de las palabras y, en especial, a las cualidades y el pensamiento del artista, algo de lo que sus contemporáneos y predecesores no se habían ocupado. Su enseñanza es sugerente y apasionada, fruto del interés que siente por la literatura. En su descripción, no definición, de lo sublime, el autor se preocupa más de la grandeza de los conceptos que de la materialidad de su expresión. Además, Longino es un gran conocedor de los autores clásicos, como lo demuestra la abundancia de sus citas. Sigue el concepto de imitatio de Demetrio, aunque no recomienda a los autores únicamente como modelos estilísticos, sino también por tener e inspirar grandes pensamientos. Para el autor, la imitación de los grandes escritores anteriores, tanto en prosa como en verso, es otro camino que conduce a lo sublime, que es lo que agrada siempre y a todos, la meta a seguir. Escribir en un estilo no elevado es uno de los vicios en los que incurren algunos autores (Timeo, Heródoto y, a veces, hasta el mismo Platón), con lo que consiguen resultados contrarios al fin que se propusieron. La causa sería el deseo inmoderado de novedad intelectual: “Sin embargo, todas estas faltas innobles crecen en literatura por un solo motivo: por la búsqueda de nuevos pensamientos, que es por lo que nuestra generación está más loca. Pues casi de las mismas fuentes nos suelen venir los bienes y los males” (V,1).
Así pues, lo sublime en el pensamiento nace por la grandeza del alma, por la imitación o por el poder imaginativo. Por imaginación hay que entender “figuraciones mentales” que se utilizan para aquellos pasajes en los que el autor, inspirado por el entusiasmo y la emoción, cree estar viendo lo que describe y lo presenta como algo vivo. Lo sublime es difícil de alcanzar y es el resultado de una larga experiencia, pero no debemos olvidar que entre esas cinco fuentes que cita Longino productoras de la grandeza de estilo (talento, pasión, figuras, elección de palabras y ritmo), las dos primeras tienen que ver con una capacidad innata: el talento para concebir grandes pensamientos y la pasión vehemente y entusiasta. Pero si ese talento es vencido por los antepasados no debe verse como una deshonra. Recordemos que en su opinión es preferible grandeza con faltas que medianía sin ellas: “También yo he notado no pocas faltas en Homero y en otros grandes escritores […] no obstante, éstos son […] descuidos introducidos al azar y de manera inconsciente por la negligencia del genio” (XXXIII,4). Un ejemplo claro de esta situación es el de Hispérides, imitador de Demóstenes. Además de imitar, excepto el orden de las palabras, todas las virtudes de Demóstenes, se apropió de las cualidades de Lisias. En conjunto, cuenta con un mayor número de facultades frente a Demóstenes y, sin embargo, son sus faltas de grandeza las que dejan impasible al oyente. Cada uno de los nombres famosos hace olvidar todos sus defectos con un solo rasgo de sublimidad que procede de la Naturaleza, porque ésta se admira por su grandeza, mientras que las obras humanas se admiran por su perfección, aunque es la naturaleza la que ha proporcionado al hombre el don de hablar. El autor también nos explica las ventajas que proporciona el binomio ordo naturalis y ordo artificialis, puesto que en los mejores escritores la imitación por medio del hipérbaton se acerca a las obras de la naturaleza “ya que el arte es perfecto cuando parece que es una obra de la naturaleza y ésta tiene éxito cuando subyace en ella el arte sin que se note” (XXII, 1).
El tratado culmina con una dura crítica a aquellos que no emprenden nada por la emulación y el honor sino para conseguir, exclusivamente, la alabanza y el placer, algo que podemos asegurar que sigue vigente.