Freud, en este artículo, parte de dos escenas; una en El mercader de Venecia y otra en El rey Lear, cuyo punto de unión reside en que los pretendientes de ambas obras escogen entre tres cofrecillos: uno de oro, otro de plata y el último de bronce. El verdadero enamorado escoge el de metal menos noble. Shakespeare tomó esta prueba de la Gesta Romanorum pero invertida, ya que en este caso era una muchacha la que debía elegir entre tres pretendientes. A Freud le interesa el componente humano, de ahí que utilice el psicoanálisis como método de interpretación por lo que, si se tratara de un sueño, los cofrecillos son símbolos de la parte esencial de la mujer, lo mismo que las cajas o los cestos.
En El rey Lear, Shakespeare nos muestra a un anciano que decide repartir en vida su reino entre sus tres hijas proporcionalmente al amor que digan profesarle. La tercera, llamada Cordelia, la que más le ama, enmudece, por lo que queda desposeída errando el rey en sus juicios al rechazar a su hija menor. Vemos esta misma situación en otras escenas de mitos y fábulas de la literatura. Freud se centra en los casos de Cordelia, Afrodita, la Cenicienta y Psiquis. Estas mujeres se nos presentan como hermanas de las que la tercera es siempre la más excelente, pero, ¿por qué? ¿Quiénes son estas tres hermanas? Preguntas claves que le llevan al fundador del psicoanálisis a plantearse cuáles son las similitudes entre ellas. Descubre que todas son bellas y silenciosas, lo que simboliza perfectamente el tercer metal, el plomo. El autor equipara la ocultación al silencio y lo investiga en los cuentos de los hermanos Grimm Los doce hermanos y Seis cisnes y utiliza para ello el hecho de que el silencio en los sueños es una interpretación de la muerte, al igual que la palidez extrema o la imposibilidad de encontrar a alguien. La conclusión a la que llega el autor, tras haber hecho el análisis de estos cuentos populares, es el siguiente: las tres mujeres son las hermanas del Destino, las Moiras, siendo la tercera, Atropos, la “implacable”.
Hasta ahora, Freud ha plasmado el tema de la elección de cofrecillo al plantear las preguntas clave para pasar, en la segunda parte del artículo, a realizar la trayectoria del mito y los motivos de su transformación al trazar la historia de la Moira desde Homero, que hablaba de una única Moira. Probablemente se llegaría al número de tres por asimilación de otras figuras como las Horas. Éstas fueron, en origen, las divinidades de las aguas celestes y también de las nubes. Ya que las nubes eran consideradas como un tejido se atribuyó a estas diosas la condición de hilanderas, que luego pasó a las Moiras. En cualquier caso, la relación de las Horas con el tiempo se conservó siempre intacta, por lo que se convirtieron en las guardianas de la ley natural. Y, ¿qué ley natural puede ser más inmutable que la propia muerte? Esta es la razón por la que las Horas llegaron a ser las diosas del Destino. Y si las Horas mantienen esa ley en la Naturaleza, las Moiras, por su parte, se convierten en vigilantes implacables de la vida humana.
Así pues, y según esta interpretación freudiana, la tercera de las tres hermanas debería corresponder a la muerte misma. Sin embargo, no parece probable que nadie en su sano juicio aceptara la muerte en una hipotética elección. La explicación que nos proporciona Freud nos lleva al terreno del sueño y la fantasía. Por un lado, un mismo elemento expresa en los sueños una cosa y su contraria por lo que la tercera hija -en el caso de El rey Lear- y el tercer cofre son ambivalentes. Por otra parte, sabemos, gracias al psicoanálisis, que el ser humano utiliza la fantasía para satisfacer sus deseos incumplidos. Esa fantasía se rebela frente a la muerte de una forma simbólica sustituyendo la diosa de la Muerte por la diosa del Amor o la más bella de las mujeres. Se produce, por tanto, una nueva ambivalencia que explicaría que las grandes divinidades maternales de los pueblos orientales fueran tanto genetrices como destructoras. Así, el hombre supera la muerte, admitida ya en su pensamiento. Todo esto entronca en la tercera parte del artículo –en la que Freud analiza el empleo del tema por el poeta- con las relaciones que existen entre hombre y mujer, siempre bajo la perspectiva del hombre: la madre, la compañera y la destructora, la muerte. Estas relaciones aparecen plasmadas en El rey Lear, lo que explica el poderoso efecto de la obra de William Shakespeare, que habría conseguido crear una profunda impresión en el lector al mostrarnos a un Lear moribundo, que acepta su destino al traer en brazos el cadáver de su hija menor, Cordelia. Cordelia es la muerte, representante simbólico de la naturaleza, cuya sabiduría aconseja al anciano que renuncie al amor, a oír que le aman y que elija la muerte como compañera natural a su edad. Lear buscaba en vano el amor de la mujer como lo obtuvo de su madre, pero a esas alturas de su vida sólo la diosa Muerte le tomará en sus brazos. Vista con la perspectiva de la juventud, esta afirmación parece una obviedad que el viejo Lear debería haber tenido en cuenta. Pero, si estamos de acuerdo con Gilbert Durand, que básicamente nos habla del terror que padece el hombre al paso del tiempo, podremos comprender mejor el pánico que siente el anciano monarca ante lo irreversible y, sobre todo, ante lo inevitable.
*Dentro de Psicoanálisis aplicado, miscelánea dedicada fundamentalmente al tema de la literatura en relación con el psicoanálisis, encontramos «El tema de la elección de cofrecillo» (1913)