Pío Baroja solía decir que le gustaba saltarse las descripciones cuando leía. No creo que esto fuera del todo cierto, no obstante, el ritmo siempre es algo a tener en cuenta en sus obras, algo a lo que concedía una gran importancia como observamos en La busca, pues la acción es el eje que vertebra esta novela, la primera de la trilogía La lucha por la vida (1904). Lo primero que nos choca es el título, ya que «busca» no es una palabra que esté en el diccionario, debería ser «búsqueda», aunque encontramos que se refiere a la acción de buscar y significa:
- f. Selección y recogida de materiales u objetos aprovechables entre escombros, basura u otros desperdicios
- Tropa de cazadores, monteros y perros que corre el monte para hallar o levantar la caza.
- f. coloq. Trabajo extra u ocasional.
Todas estas acepciones casan a la perfección con Manuel, el protagonista de la obra que entre los 10 y los 14 años descubre el mundo del Madrid pobre e inmundo, de los buenos sin ningún recurso y el hampa. En la primera parte trabaja en una pensión (la mejor sin duda) y en la segunda y tercera el ambiente es más rudo y la miseria más palpable, así como la degradación moral de los personajes.
La busca es, por tanto, una novela que se desliza en orden cronológico y sin trama a través de las peripecias de un chaval en un Madrid sucio y violento, sórdido y sombrío, cuyo tema gira entorno a la decisión de Manuel de ser honrado o un malhechor. No es posible dejar de mencionar aquí las similitudes de esta obra con La vida del Buscón (o Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños) de Quevedo, que cuestionaba el determinismo al que apela el protagonista del Lazarillo de Tormes (Anónimo). El Buscón es hijo de sus propias acciones y voluntad, conceptos muy utilizados en la época de Baroja por otros grandes intelectuales como el filósofo Ortega y Gasset que decía: «yo soy yo y mis circunstancias». Así pues, Manuel, puede escoger ser o dejar de ser como, en efecto, hace.
Otra cuestión que cabe destacar de esta novela es el ritmo, como decíamos, en el que abundan los recursos que Don Pío dominaba para conseguir agilizar el texto, adjetivos justos y precisos hacen que sea una novela entretenida, en especial, por cierta ironía y humor a la hora de la utilización de las palabras, escogidas para dotar de una gran verosimilitud al texto y los diálogos.
No se trata, sin embargo, de una novela de aprendizaje (bildungsroman de la que ya hemos hablado en otras ocasiones) porque Manuel se mueve a trompicones y por azar, dependiendo de las circunstancias y de con quién se encuentre. Aprende poco y a destiempo, pero finalmente se decide por ser una persona honrada. La balanza parece que se inclina por ese lado como podría haber sido por el otro y el final es tan rápido que da la sensación de que Baroja no quería aburrir al lector o, más probable quizá, no aburrirse él.