Ni un solo punto en toda la novela, aunque podríamos debatir sobre si Lo que yo llamo olvido es una novela o no. Partimos de un argumento de denuncia tan actual, que en España estamos inmersos en un proceso de cambio de las leyes por las que los guardias de seguridad privados podrían ayudar a la policía con unos procedimientos difusos, si Dios no lo remedia. La trama gira alrededor de un hombre sin nombre que entra en un centro comercial, se toma una lata de cerveza y cuatro empleados de seguridad le matan de una paliza en el almacén. Mauvignier vehicula un relato, sin puntos, como decíamos, en el que podemos ver los últimos momentos de la vida de un hombre cercenada de una manera tonta. En 58 páginas el autor nos enfrenta a la estupidez de la vida de este hombre y más estúpida muerte, en parte, por lo desproporcionada al hecho, en parte, por la problemática del abuso de la fuerza. ¿La muerte era desproporcionada porque el objeto era una lata de cerveza?¿Hubiera sido justificable si hubieran cambiado el objeto o las circunstancias? La indefensión como tema clave nos deja en la piel del protagonista. El narrador nos deja claro que en la vida de este hombre (y en la de todos nosotros) hay una serie de opciones y posibilidades que casi nunca probamos o llevamos a cabo pero que la muerte, sin duda, nos impide. Es decir, mientras hay vida hay esperanza, aunque sea limitada. El texto no termina, porque el único punto final de la vida es la muerte, pero la muerte de verdad, no ésta, ésta es de pega, es absurda y no existe un final normal mientras exista el sadismo, la violencia, el poder y los mecanismos de control de ese poder sean amorales. La gran pregunta es, entonces, ¿en manos de quién están nuestras vidas?