RAINER MARIA RILKE: LOS CUADERNOS DE MALTE LAURIDS BRIDGGE

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El estado anímico del artista. En mi entrada sobre Milan Kundera y el libro de los amores ridículos sólo daba una pincelada al respecto, pero creo que merece un poco más de atención. No hay que estar ni contento ni triste, hay que haber vivido y revivir las experiencias. Por supuesto hay una relación entre genio y locura pero no sólo eso. Los artistas son hiperestésicos y absorben su alrededor. Lo de los niños prodigio lo dejamos para otra ocasión. Os dejo con Rilke que lo explica de una manera maravillosa.

«Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y despues, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un solo verso, es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las flores al abrirse por la mañana. Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo que se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aclarado aún; en los padres a los que se mortificaba cuando traían una alegría que no se comprendía (era una alegría hecha para otro); en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en la mar misma, en mares, en noches de viaje que volaban muy alto y temblaban con todas las estrellas…y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto. Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en los que ninguna se parece a la otra; de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes recién paridas, que se cierran. Es necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que llegan a golpes. Y tampoco basta tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar a que vuelvan. Pues los recuerdos mismos no son aún esto. Hasta que no se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos, se eleve la primera palabra de un verso.»

FREUD: «EL TEMA DE LA ELECCIÓN DE COFRECILLO»*

freudFreud, en este artículo, parte de dos escenas; una en El mercader de Venecia  y otra en El rey Lear, cuyo punto de unión reside en que los pretendientes de ambas obras escogen entre tres cofrecillos: uno de oro, otro de plata y el último de bronce. El verdadero enamorado escoge el de metal menos noble. Shakespeare tomó esta prueba de la Gesta Romanorum pero invertida, ya que en este caso era una muchacha la que debía elegir entre tres pretendientes. A Freud le interesa el componente humano, de ahí que utilice el psicoanálisis como método de interpretación por lo que, si se tratara de un sueño, los cofrecillos son símbolos de la parte esencial de la mujer, lo mismo que las cajas o los cestos.

En El rey Lear, Shakespeare nos muestra a un anciano que decide repartir en vida su reino entre sus tres hijas proporcionalmente al amor que digan profesarle. La tercera, llamada Cordelia, la que más le ama, enmudece, por lo que queda desposeída errando el rey en sus juicios al rechazar a su hija menor. Vemos esta misma situación en otras escenas de mitos y fábulas de la literatura. Freud se centra en los casos de Cordelia, Afrodita, la Cenicienta y Psiquis. Estas mujeres se nos presentan como hermanas de las que la tercera es siempre la más excelente, pero, ¿por qué? ¿Quiénes son estas tres hermanas? Preguntas claves que le llevan al fundador del psicoanálisis a plantearse cuáles son las similitudes entre ellas. Descubre que todas son bellas y silenciosas, lo que simboliza perfectamente el tercer metal, el plomo. El autor equipara la ocultación al silencio y lo investiga en los cuentos de los hermanos Grimm Los doce hermanos y Seis cisnes y utiliza para ello el hecho de que el silencio en los sueños es una interpretación de la muerte, al igual que la palidez extrema o la imposibilidad de encontrar a alguien. La conclusión a la que llega el autor, tras haber hecho el análisis de estos cuentos populares, es el siguiente: las tres mujeres son las hermanas del Destino, las Moiras, siendo la tercera, Atropos, la “implacable”.

Hasta ahora, Freud ha plasmado el tema de la elección de cofrecillo al plantear las preguntas clave para pasar, en la segunda parte del artículo, a realizar la trayectoria del mito y los motivos de su transformación al trazar la historia de la Moira desde Homero, que hablaba de una única Moira. Probablemente se llegaría al número de tres por asimilación de otras figuras como las Horas. Éstas fueron, en origen, las divinidades de las aguas celestes y también de las nubes. Ya que las nubes eran consideradas como un tejido se atribuyó a estas diosas la condición de hilanderas, que luego pasó a las Moiras. En cualquier caso, la relación de las Horas con el tiempo se conservó siempre intacta, por lo que se convirtieron en las guardianas de la ley natural. Y, ¿qué ley natural puede ser más inmutable que la propia muerte? Esta es la razón por la que las Horas llegaron a  ser las diosas del Destino. Y si las Horas mantienen esa ley en la Naturaleza, las Moiras, por su parte, se convierten en vigilantes implacables de la vida humana.

Así pues, y según esta interpretación freudiana, la tercera de las tres hermanas debería corresponder a la muerte misma. Sin embargo, no parece probable que nadie en su sano juicio aceptara la muerte en una hipotética elección. La explicación que nos proporciona Freud nos lleva al terreno del sueño y la fantasía. Por un lado, un mismo elemento expresa en los sueños una cosa y su contraria por lo que la tercera hija -en el caso de El rey Lear- y el tercer cofre son ambivalentes. Por otra parte, sabemos, gracias al psicoanálisis, que el ser humano utiliza la fantasía para satisfacer sus deseos incumplidos. Esa fantasía se rebela frente a la muerte de una forma simbólica sustituyendo la diosa de la Muerte por la diosa del Amor o la más bella de las mujeres. Se produce, por tanto, una nueva ambivalencia que explicaría que las grandes divinidades maternales de los pueblos orientales fueran tanto genetrices como destructoras. Así, el hombre supera la muerte, admitida ya en su pensamiento. Todo esto entronca en la tercera parte del artículo –en la que Freud analiza el empleo del tema por el poeta- con las relaciones que existen entre hombre y mujer, siempre bajo la perspectiva del hombre: la madre, la compañera y la destructora, la  muerte. Estas relaciones aparecen plasmadas en El rey Lear, lo que explica el poderoso efecto de la obra de William Shakespeare, que habría conseguido crear una profunda impresión en el lector al mostrarnos a un Lear moribundo, que acepta su destino al traer en brazos el cadáver de su hija menor, Cordelia. Cordelia es la muerte, representante simbólico de la naturaleza, cuya sabiduría aconseja al anciano que renuncie al amor, a oír que le aman y que elija la muerte como compañera natural a su edad. Lear buscaba en vano el amor de la mujer como lo obtuvo de su madre, pero a esas alturas de su vida sólo la diosa Muerte le tomará en sus brazos. Vista con la perspectiva de la juventud, esta afirmación parece una obviedad que el viejo Lear debería haber tenido en cuenta. Pero, si estamos de acuerdo con Gilbert Durand, que básicamente nos habla del terror que padece el hombre al paso del tiempo, podremos comprender mejor el pánico que siente el anciano monarca ante lo irreversible y, sobre todo, ante lo inevitable.

*Dentro de Psicoanálisis aplicado, miscelánea dedicada fundamentalmente al tema de la literatura en relación con el psicoanálisis, encontramos «El tema de la elección de cofrecillo» (1913)

W.H. AUDEN: EL POETA Y LA CIUDAD

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  El tema principal de The poet & the City , uno de los tres ensayos que conforman The Dyer’s Hand (1963) es la vocación de ser poeta y las dificultades que atraviesa la vocación artística en la época contemporánea a Auden. Éste señala el nacimiento de esa vocación y los obstáculos –mayores que en el pasado- que debe superar el escritor. He considerado presentar el desarrollo de este planteamiento en cuatro apartados:

  1. Quiero ser escritor. ¿Por qué? Porque el artista es responsable de lo que hace. Se dedica a actividades “gratuitas”, “puro arte”. En nuestra sociedad estamos dominados por los valores aplicados al trabajo y lo gratuito no se tiene en cuenta (hecho que debe ser aceptado por el artista). Este tipo de personas sin talento y que pretenden ser escritores es posible que sientan nostalgia del estatus social que en el pasado poseían los poetas.
  2. Educación. Para Auden un poeta en potencia debe educarse a sí mismo, ya que la universidad sólo contribuye a ello por casualidad.  La ciudad se presenta como un riesgo para el artista inmaduro que necesita considerar de qué va a vivir. Su curriculum incluye conocimientos en todo tipo de áreas de conocimiento para profesionalizar su gusto y no ser banal. Pero el autodidactismo tiene una serie de desventajas:

a)    Incertidumbre en el gusto.

b)    Excentricidad.

c)    Egoísmo.

3. Dificultades actuales para la vocación artística.

  • Pérdida de la creencia en la eternidad del universo físico. El poeta actual está más tentado que sus predecesores a abandonar la búsqueda de la perfección como una pérdida de tiempo; se contenta con bosquejos e improvisaciones en la era del “usar y tirar”.
  • Pérdida de la creencia en el significado y la realidad de los fenómenos sensoriales. La ciencia moderna ha destruido nuestra fe en la ingenua observación de nuestros sentidos. Nos dice que no podemos saber cómo es el universo físico “real”; sólo podemos aprehender cualquier noción subjetiva apropiada a un propósito humano particular. Esto destruye la concepción del arte como “mímesis”. Ya no hay una naturaleza “fuera” que se pueda imitar. Todo lo que puede hacer el poeta es ser sincero a sus sensaciones objetivas y a sus sentimientos.
  • Pérdida de creencia en una norma de la naturaleza humana que siempre requiere el mismo tipo de mundo construido por el hombre para sentirse seguro. La tecnología ha cambiado el modo de vida y el concepto de “tradición”, que ahora es una conciencia de todo el pasado, así como del presente (ya no se entiende como una generación que trabaja para la siguiente). También es distinto el concepto de “originalidad”; ya no significa una modificación del estilo de los predecesores sino una capacidad para encontrar la propia voz.
  • Desaparición del Public Realm como la esfera de hechos personales reveladores. Las artes y, la literatura en particular, han perdido al hombre de acción, al creador de hechos públicos, que ahora es el científico. Los medios de comunicación no ofrecen arte popular, sino entretenimiento para ser consumido y regurgitado rápidamente. Los “intelectuales” que sobreviven corren el riesgo de convertirse en snobs.

4. La ética y el compromiso del poeta frente a estos obstáculos. Como los intereses solidarios no son los predominantes en nuestra sociedad, todo artista se siente a sí mismo reñido con la civilización moderna. Para Auden, el mero hecho de hacer una obra de arte es un acto político. Mientras los artistas sigan haciendo lo que piensan que deben hacer no deberán olvidar que escriben para personas concretas, con rostros y nombres.

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