JOHN DOS PASSOS: INICIACION DE UN HOMBRE:1917

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Iniciación de un hombre: 1917 no le falta ningún subtema clásico sobre la guerra. Tenemos el absurdo, la barbarie, la identificación con el enemigo, la suciedad y miseria del soldado, el cinismo, la muerte de los amigos o la fraternidad entre ellos, las mentiras que les han contado, en especial, que hasta que no vas a la guerra no te conviertes en un hombre. Desde luego, es un buen libro con escenas que logran captar lo expuesto de una manera hábil y sincera. La traducción de Camila Batlles me ha resultado pesada por una intención arcaizante con abuso de algunos adjetivos como «pardusco», «anchuroso mar», «azul ultramar» y «soldados arracimados» y la omisión de la traducción de todas las palabras francesas. Dejando a un lado esta cuestión, este libro es un resumen de todo lo que hemos entendido por guerra a lo largo de la historia.

En mi investigación sobre la guerra de Vietnam leía con frecuencia que la Primera Guerra Mundial era muy similar a Vietnam por esa falta de entendimiento de qué estaba pasando y por qué debían morir tan lejos de casa. Pero la guerra de Corea, esa guerra fantasma que también perdió Estados Unidos, era igualita. En una hipotética reencarnación me gustaría estudiar ruso y árabe y saber qué se ha escrito de la guerra de Afganistán de la que ya nadie se acuerda. Seguro que también era estúpida y absurda porque, como se suele decir, la primera víctima de la guerra es la verdad. Podríamos añadir aquí cualquier otro conflicto.

Sin embargo, creo que las cosas están cambiando con respecto a la guerra como universal temático. No creo que podamos hablar ya de ritos iniciáticos para jóvenes que han creído las mentiras de sus progenitores o del gobierno y no saben por qué luchan pero quieren probar su masculinidad mal entendida. Todos los conflictos tienen que ver con el poder y dinero, aunque se hayan disfrazado de cuestiones religiosas desde el principio de los tiempos, las Cruzadas o la yihad, pero sólo se trata de poder, petróleo o gas o situación estratégica ¿no? ¿De verdad a alguien le importa que la interpretación del Corán sea una u otra? ¿A alguien le interesan todas las mujeres explotadas sexualmente o que estén asfixiadas literal y metafóricamente tras sus burkas? Da igual si hablamos de Asia o África, en tanto en cuanto las bombas suicidas no lleguen a occidente o mientras las niñas secuestradas no sean rubias de ojos azules. Lo importante es seguir fabricando y vendiendo armas que eso da mucho dinero.

Ya nadie se cree esa causa noble de la que hacía gala la Segunda Guerra Mundial, porque los soldados se sentían igual de mal que en la Primera, Corea, Crimea o cualquier otra, pero había un demonio contra el que luchar llamado Hitler (Sadam y Osama nos han salido ranas). Hitler, decíamos, llegó al poder en una época de crisis muy parecida a la que vivimos, y en la que vemos el auge de los populismos y la radicalización de la extrema derecha y el racismo. Y esa es precisamente la cuestión. Ya no se trata de una guerra de trincheras, ni de guerra de guerrillas en un territorio concreto. El enemigo ahora es invisible y ubicuo porque no siempre tiene un color de piel distinto al blanco. Lo que tiene es el cerebro lavado y es pobre, sin expectativas. Sería más sencillo, en lugar de invertir en armas para luchar contra la venganza y el horror, luchar por erradicar la pobreza y mejorar la educación de esos países. Con el estómago lleno, trabajo y algo de cultura es más difícil que los extremismos calen. Mucho más difícil que la emigración se extienda como el ébola y que los refugiados se cuenten por millones. Pero nadie parece entenderlo y los nacionalismos y la violencia siguen destruyendo la vida de la gente. Los soldados son los únicos que se dan cuenta, pero fíjaos, John Dos Passos, renegó de todo lo que había dicho y escrito y terminó votando al republicano Joseph McCarthy, el de la caza de brujas. Quizá por eso el libro se titula Iniciación de un hombre. Cada uno lidia con la porquería acumulada en su vida como puede y vete a saber en qué terminas convirtiéndote.

ANTONIO SÁNCHEZ BARBUDO: SUEÑOS DE GRANDEZA

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El hecho del exilio republicano necesita una consideración serena de los datos y de las circunstancias históricas y personales para llegar así a conclusiones válidas y convincentes. La situación a la que tuvo que enfrentarse el escritor español exiliado resultaba peculiar debido, en concreto, a una serie de pros y contras. Por ejemplo, no estaban sometidos como el resto de sus colegas en España al lápiz rojo del censor y, por tanto, crean sus obras desde una libertad no sólo temática, sino también de tratamiento. Tampoco les afectaba la incomunicación con el extranjero que padecían los escritores que se quedaron en España y, además, eran considerados paladines de una de una causa justa aunque derrotada. Junto a tales ventajas cuenta la dificultad evidente que supone la separación geográfica entre el escritor exiliado y sus naturales lectores, lo que trae consigo el problema del tiempo,  el conflicto entre el presente en una tierra que sólo se siente de manera conceptual y el pasado anclado en la memoria. Llevaban muy dentro de sí la patria forzosamente abandonada y las pruebas de ello son abundantísimas, como es el caso de Sánchez Barbudo y Sueños de grandeza, que no es una novela de guerra al uso porque en sus páginas encontramos demasiado lirismo e introspección, lo que unido al autobiografismo, completa un cuadro distinto del de una novela que propicia la propaganda partidista. La versión completa de esta novela cuenta con numerosas rectificaciones de las cuatro entregas aparecidas en Hora de España. Entre otras, un punto de vista más objetivo y mayor presencia e importancia del diálogo. En cualquier caso, y a pesar de que no se plantean tesis belicistas ni antibelicistas a modo de panfleto, sí se encuentran entre sus páginas profundas reflexiones propias de una persona que ha vivido este momento histórico. La novela comienza in media res a finales de septiembre de 1936 y transcurre en plena guerra civil, lo que marca la personalidad y el conflicto interno de Arturo Saavedra, alter ego del propio Sánchez Barbudo. A punto de comenzar la Segunda Guerra Mundial, el nuevo orden político enfrenta, irremisiblemente, concepciones opuestas ante la sociedad.

En mi opinión se trata más bien una novela de caballerías un tanto especial. Podría decirse que Arturo Saavedra aúna en su nombre lo mejor de la tradición caballeresca; por un lado, las leyendas del ciclo artúrico y, por otro, el segundo apellido del autor de la novela de caballerías más ilustre. No se trata de una casualidad. Arturo, como un caballero que vuelve de buscar el Santo Grial, atraviesa La Mancha para regresar a Madrid en el último capítulo de esta obra de estructura circular. Y regresa vencido. Encuentra una España destrozada, “loca”, perdida por sus sueños de grandeza. Los ideales que llevaron a los republicanos a la guerra eran ideales honestos, solidarios, sinceros. También lo eran los de nuestro ingenioso hidalgo, que “desfacía entuertos” y socorría doncellas con su mejor intención, no siempre suficiente para vencer en una batalla. Cervantes sabía cuál iba a ser el triste final su criatura de ficción de la misma manera que Sánchez Barbudo sabía cuál iba a ser el final de la República. Desde el exilio las cosas se ven de otro modo ya sólo queda revivir ese tiempo tan duro con la esperanza que se abre al final del texto, en el que el sentido de lo español pervive indestructible a pesar de las amenazas. La grandeza del pueblo español resplandece a través de sus ruinas. Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y ha triunfado la justicia. En España no ha sido así, pero el país se ha levantado una vez y volverá a hacerlo porque quedan dentro de él las ilusiones, los ideales, los sueños de grandeza, que probablemente nos han llevado a la ruina y nos sacarán de ella. El vivo retrato de nuestra convulsa actualidad.