J.M. COETZEE: DESGRACIA

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Soy consciente de la importancia de escoger un buen título pero lo soy más aún de la importancia de saber que lo que escribes está muy por encima de lo que diga el marketing. Si tu cerebro de escritor te dicta un título lo sigues, porque que se vaya a vender más o menos a este tipo de escritores como Coetzee (Premio Nobel) que juega en otra liga le da igual. Yo trabajo desde un título alrededor del cual genero la trama o los relatos que se centran en tal o cual concepto. Y así interpreto Desgracia, como una estructura concéntrica sobre la que giran los personajes. Desgracia es una tela de araña en la que cada uno, con sus decisiones e indecisiones, decide estar o no. Tenemos, por tanto, la desgracia que sobrevuela nuestras cabezas como la espada de Damocles y la que cada uno se labra con mucho cuidado. El lector termina por preguntarse cuál su parte de culpa en lo que nos sucede, porque nuestra vida no está esculpida en piedra y tenemos mucho que decir sobre las acciones de nuestro futuro.

No obstante, lo que más me ha llamado la atención de esta obra es la valentía que desprende y que choca con la cobardía del protagonista, puesto que la vida nos obligue a mover ficha no nos convierte en valientes. Coetzee lleva al lector por donde quiere, lo azuza, lo confunde. Como lectores sentimos como propia la confusión del protagonista, en distintos ámbitos, uno de los cuales son sus dudas como perteneciente al género masculino, del que a su mediana edad no parece comprender nada: no se conoce a sí mismo y mucho menos a las mujeres. Tampoco se reconoce en sus actos, lo que es mucho más grave. No, no podemos decir que esta novela es feminista, pero sí se acerca a abordar un espinoso tema donde sobrevuelan preguntas que giran en torno al momento en que una mujer toma decisiones por sí misma o, lo que es lo mismo, ¿cuándo una mujer deja de aceptar la tutela de un hombre? ¿Cuándo un padre deja de ejercer como tal? ¿Ser lesbiana alimenta una respuesta machista y trasnochada a estas preguntas? Cada uno de vosotros puede juzgar por sí mismo. Sin embargo, el narrador no pretende juzgar a nadie. El protagonista tendrá que buscar sentido al sinsentido, al dolor, a la vejez y a la soledad en un país cuya cultura tampoco parece conocer. Poner todo de nuestra parte a veces no es suficiente, porque hay cosas que no tienen arreglo.

Las situaciones que viven este padre y esta hija no son las mismas, ni parecidas, pero ambos son víctimas de un trauma, de distinta categoría, por lo que podríamos leer esta novela en clave de novela de trauma. Hace unos años escribí un par de entradas sobre este tema, porque para mi tesis estudié las novelas chicanas sobre la guerra de Vietnam (Neither Eagle nor Serpent: la guerra de Vietnam como tema literario en la novela chicana, 2012) y es algo que suele tomarse a cachondeo: si todo es trauma nada lo es. Podéis pinchar en los enlaces para más información.

En resumen, Desgracia es una gran novela repleta de simbología que equilibra la historia de los protagonistas con la forma en que los cambios en Sudáfrica son renqueantes. Nada tiene que ver la capital con las zonas rurales que siguen leyes que el protagonista considera incomprensibles. Grande Coetzee.

¿Qué opináis? bertadelgadomelgosa@gmail.com ❤

P.D. Os dejo el enlace para el Master online de creación literaria de Culturamas, donde doy la parte de crítica literaria. Quedan pocas plazas, reserva la tuya ❤ http://www.culturamas.es/blog/2017/09/26/master-online-de-creacion-literaria/

 

 

 

 

JORGE SEMPRÚN O LA IMAGEN RECREADA DE UNO MISMO

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Jorge Semprún (1923-2011) fue liberado a los 22 años del campo de exterminio de Buchenwald en abril de 1945. Esto ya es de por sí una hazaña y el excelente neuropsiquiatra y también superviviente del horror nazi, Victor Frankl, padre la Logoterapia y que tan bien nos ha explicado la resiliencia, se sentiría orgulloso de él. Escritor, intelectual, guionista y Ministro de Cultura no escribió el libro de un superviviente habitual. No existe “la posibilidad de contar” porque la experiencia no es que haya sido “indecible” [sino porque][…] ha sido invivible, algo del todo diferente […][1]. Semprún subraya la imposibilidad de poder comprender, por muy buenas intenciones que se tengan, esas horribles vivencias. A partir de ahí, cree que sólo es posible “[…] transmitir parcialmente la verdad mediante la recreación, es decir, al convertir su testimonio en un “objeto artístico” (p. 25). Pero yo no estoy de acuerdo pues no creo que sea la única manera. Después de haber leído lo suficiente sobre el trauma y haber estudiado distintas novelas me fue imposible hallar en su obra La escritura o la vida algo diferente a querer traspasar la vida. No quiero que se me malinterprete. Semprún, como cualquier autor, era muy libre de hacer con sus vivencias y su pluma lo que quisiera, pero el resultado me decepcionó. Al recrear el hecho, algo que siempre sucede, la memoria lo altera pero si lo mezclamos con el hecho literario sin que el resultado sea una novela de ficción ni tampoco una autobiografía novelada (sobre lo que podíamos disertar largo y tendido) me parece un pastiche excelente, pero pastiche. Creo que se equivocó con el género pero, ¿quién soy yo para juzgarlo? Leed y decidid vosotros mismos. Os dejo con el párrafo que más me impresionó del libro.

Gira la cabeza hacia los árboles, alrededor. Los otros también. Aguzan el oído. No, no es el silencio. Nada les había llamado la atención, no habían oído el silencio. Quien les llena de espanto soy yo, eso es todo, manifiestamente.

-Se acabaron los pájaros –digo, siguiendo mi idea-.El humo del crematorio los ha ahuyentado, eso dicen. Nunca hay pájaros en este bosque…

Escuchan, atentos, tratando de comprender.

-¡El olor de carne quemada, eso es!

Se sobresaltan, se miran unos a otros. Con un malestar casi palpable. Una especie de hipido, de náusea.[2]      


[1] Jorge Semprún. La escritura o la vida. Barcelona, Tusquets editores, 1995, p. 2.

[2] Jorge Semprún. La escritura o la vida. op. cit. P. 17.